Érase una vez una niña que estaba ingresada en el hospital. Ella, cuando le dijeron los médicos que se iba a quedar paralítica, se puso muy triste. Sus padres la consolaban porque todos los días venia llorando de la escuela. Sus padres, al verla, se sentían muy mal porque todas las noches lloraba mucho, porque no se podía acostar sola y muchas cosas más. Y es que sus compañeros se reían porque no podía hacer nada.
Un día vino un niño que no podía ver. Ellos se hicieron muy amigos. Los demás, al verle, aprendieron que si hay gente que no puede ver, está inválido, o cualquier otra cosa, que no importa, que pueden hacer otras cosas que nosotros no podemos hacer. Así ya nunca más se burlarían de nadie discapacitado.
Y ellos fueron muy felices y se aceptaron como son.
Pocos días después fue el cumpleaños de la niña. Invitó a todos sus amigos y les demostró que, a pesar de ser discapacitada, ella sabía divertirse como los demás niños que no tienen ninguna dificultad.
Se lo pasó muy bien con sus nuevos amigos. Ese fue el mejor día de toda su vida. Sus padres al ver como había superado sus dificultades, tanto las de discapacidad como las de sus compañeros, se llenaron de mucha alegría. Siempre fue una niña muy feliz
“LA PEOR DISCAPACIDAD ES LA DE NO DARSE CUENTA DE QUE SOMOS IGUALES”